martes, 9 de agosto de 2011

El siempre supo qué decir, pero a esas alturas ya no importaba lo que tenía escrito.

De repente sintió su garganta seca y pasó saliva. En ese momento se dio cuenta que no era un dolor lo que tenía en la garganta, era un nudo, uno grande y ciego.
Pasó saliva 2 veces más hasta qué entendió lo que al parecer su nudo ya tenía claro; Él ya había hablado, había hablado por los dos, ya no importaba lo que tuviera por decir, ya no importaba cuanto lo había ensayado. Porque ya no importaba lo que sentía.
Y como si estuviera en otro lado, como si estuviera en otro momento todo a la vista se distorsionó, y vio algo que creía olvidado, era el mundo a través de sus lágrimas, ahí fue cuando entendió, cuándo entendió todo. Que no lo querían, que no tenían porqué, que tenía que huir, que ese iba a ser el último abrazo que le daría y que si no lo soltaba en ese instante, inevitablemente, iba a romper en llanto en su hombro; y como nunca le gustó que lo vieran llorar, hizo de tripas corazón y se fue.
Caminó muy rápido, lo más que pudo, creyendo que caminando rápido y mirando al piso nadie iba a ver sus lágrimas.
Lloró todo el camino, no se le acabaron las lágrimas.
Es que las lágrimas nunca se acaban con la esperanza.

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